¿Cuál es tu peor pesadilla?
Caminaba por una calle que parecía infinita. El sol brillaba muy alto y había muchas casas pareadas a cada lado. Todas tenían las ventanas cerradas y, muy probablemente, el pestillo echado. No había nadie más allí, caminaba yo sola a paso lento pero firme. No sabía exactamente qué estaba haciendo ahí, ni cómo había llegado, ni adónde me dirigía pero, aun así, no sentía miedo o temor alguno. Los segundos, los minutos y las horas pasaban y me pareció que mis piernas eran de hierro porque, pese a haber caminado tanto, no me sentía cansada en absoluto. La calle era siempre igual y las casas eran tan similares entre ellas que cada una parecía una copia de la anterior. Lo único que rompía el silencio era el sonido de mis pasos y esto, de algún modo, me inspiraba paz.
De pronto, oí un fuerte ruido proveniente de algún lugar no muy lejano. Lo identifiqué como el ruido de un disparo y toda la tranquilidad que me invadía hasta el momento se esfumó, para ser remplazada por un terrible miedo acompañado de ganas de llorar. Mil preguntas acudieron de golpe a mi mente pero, por supuesto, no había nadie ahí para respondérmelas. Al intentar correr, vi que mis piernas no me respondían. De hecho, me di cuenta de que en ningún momento había llevado yo el control de ellas. El miedo en mí se hizo más grande, empecé a temblar y las lágrimas empezaron a deslizarse por mis mejillas. Después del ruido el silencio había vuelto, pero ahora era un silencio completamente distinto. Me daba la sensación que se trataba del tipo de silencio que reina siempre antes de que pase algo muy malo. Sí, definitivamente debía de ser ese. Cada vez temblaba más y tenía la sensación de que mis piernas cada vez se movían más deprisa, aun fuera de mi control.
Este segundo silencio se prolongó durante algunos minutos, o quizá horas, no sabría decirlo. Durante este tiempo el sol se escondió detrás de unas negras nubes que amenazaban con una fuerte tormenta y una niebla muy espesa recubrió la zona. Todo el cielo se tiñó de un gris triste y creo que mi corazón quedó algo contagiado porque de repente una fuerte tristeza se apoderó de mí. Todas las malas experiencias que había vivido pasaron una detrás de otra por mi cabeza y, para cuando me di cuenta, las lágrimas se habían convertido en un gran llanto. Y entonces, mis piernas se detuvieron y me hicieron quedarme quieta. Tampoco podía mover mis brazos y estaba segura que mi cuello tampoco, aunque opté por no intentarlo. En ese momento pude oír una voz muy lejana, tan lejana que al principio no podía entender qué decía. Parecía estar repitiendo lo mismo una y otra vez e iba acercándose lentamente. Cuando estuvo suficientemente cerca, entendí: ¿cuál es tu peor pesadilla? Esas mismas palabras se repetían sin cesar, cada vez más fuerte, taladrando mi cabeza. Cerré los ojos con fuerza, deseando que parara. Nunca había pensado en algo así y ahora no me veía con fuerzas de hacerlo. Estaba segura de que si hubiera tenido el control de mí misma estaría temblando de tal forma que me hubiera desplomado en ese mismo instante. Creo que por primera vez sentí el verdadero miedo. ¿Cuál era mi peor pesadilla?
Cuando la voz cesó, vi una figura acercándose entre la niebla. Era claramente un hombre que caminaba pausadamente. Sus movimientos me resultaban familiares y quizá por eso no sentí todo el miedo que hubiera sido de esperar. Estaba segura de conocer a esa persona. El rato que tardó en hacerse visible entre la niebla se me hizo eterno, pero finalmente estuvo suficientemente cerca como para poder ver que se trataba de él. El chico con el que llevaba casada apenas un mes y el que era la razón de todas y cada una de mis sonrisas. Desee gritar su nombre, pero mi voz tampoco funcionaba. Desee lanzarme a sus brazos, besarle mil veces, decirle cuán asustada estaba y pedirle que me llevara a casa. Pero vi que ahora su expresión era distinta: era como si no albergara sentimiento alguno en su interior. Sus labios se movieron para pronunciar: yo sí sé cuál es tu peor pesadilla. Y el mismo ruido de antes sonó dos veces, y su cuerpo cayó al suelo. Volví a desear poder gritar y luché por moverme y correr hacia él. No podía. No podía hacer nada por él mientras le veía mirándome desde el suelo con toda su sangre alrededor. Cuando cerró los ojos y dejó de mirarme, sentí que podía mover las piernas de nuevo y pude oírme a mí misma llorar y gritar. Corrí hacía él, pero nunca lo alcanzaba. El ruido volvió a sonar y caí al suelo.
Abrí los ojos, sobresaltada y respirando fuertemente. La imagen de él en el suelo no se fue de mi cabeza hasta que, palpando en la oscuridad, sentí su cuerpo a mi lado en la cama. Me acerqué para escuchar su tranquila y pausada respiración, cosa que hizo que la mía se calmara también. Nada había sido real, por supuesto. Le abracé y le besé dulce y cuidadosamente. Murmuró algo y, sin despertarse, me abrazó también. Me acurruqué en sus brazos, algo reacia a volverme a dormir. Cuando me tranquilicé completamente, cerré los ojos. Ahora yo también sabía cuál era mi peor pesadilla.