FALTA:
Está muy cerca, oigo como resopla y hasta noto el calor que despide su cuerpo. En cualquier momento se lanzará sobre mi y todavía no se que hacer cuando llegue.
Por fin he conseguido controlar la maldita pelota entre la línea de cal y ese agujero en la hierba que parecía tener imán para ella. Me gustaría mirar hacia atrás para ver como viene, para saber a que distancia está e intentar adivinar sus intenciones, pero no tengo el más mínimo deseo de darle esa ventaja, una décima de segundo y la posibilidad de que vea el miedo en mis ojos.
Las caras del público son para mi como un espejo que me dicen mas que si lo estuviera viendo, algunos ya levantan los brazos reclamando la falta y eso, hace que mi cuerpo se ponga tenso esperando el golpe, mientras que un sentido, agudizado por los años de experiencia, me dice que tengo que hacer algo rápidamente, salir de allí, huir en alguna dirección, miro el balón cómo pidiendo su ayuda pero lo único que veo muy nítidamente es una brizna de hierba en su superficie.
El golpe, aunque esperado, es brutal. Un dolor agudo en mi espalda y una bota aparece entre mis piernas golpeando el balón , al mismo tiempo que una mole sudorosa me arrolla derribándome, caigo sobre ella y oigo, muy lejano, el silbato del árbitro.
Es un momento de placidez, pausa, todo se detiene y depende únicamente de mí la duración de la misma. Se está bien en el suelo tumbado, intento adivinar si algo me duele mientras todo el estadio ruge en mi honor, en aquel momento soy el héroe, la victima, el pobre mártir que sufre en silencio por todos ellos mientras piden venganza.
Los compañeros se acercan mirando para saber mi estado, los contrarios me ignoran, suponen que estoy bien, y si no es así, es mi problema, todos hemos pasado muchas veces por esto, forma parte del oficio del futbolista.