¿Por qué el día tiene 24 horas?
Cuando pensamos en el tiempo nuestra cabeza recorre caminos de miedo y desesperación, busca la respuesta exacta para cronometrar todas las memorias que rondan a lo largo de nuestra vida. Aunque consigamos salir de este laberinto siempre volvemos a entrar en él, igual que el ciclo de la noche y el día. Por mucho que la luz se vaya y la oscuridad envuelva todos los lugares secretos de este planeta, siempre sabe como regresar. Siguiendo su pulsación sabe despertar en el segundo adecuado, todo en 24 horas. Pero, ¿Por qué 24 horas?
Lumium, el dios de la luz, se hizo la misma pregunta hace muchos siglos. Su mayor deseo era apoderarse de la magia que guarda este mundo, el tiempo. Este tenía en sus manos veinte-y-tres reliquias que podía controlar cada uno de sus movimientos insensatos, pero le faltaba una: la que era capaz de controlar el tiempo. Esta reliquia se encontraba en el Monte del Sauno y él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por obtenerla.
Como de costumbre Lumium pasó la noche en vela intentando pensar en cómo un poder tan asombroso no estaba en manos de nadie. ‘¿Puede ser tan peligroso, obtener aquello que controla la vida de este cielo?’ Planear su camino hacia el mayor de sus sueños no fue fácil. La oscuridad yacía poco a poco dando lugar al sol en el horizonte. Pero mientras el cielo iba pintando colores diferentes, Lumium hizo la lista de lo que era las cosas que iba a necesitar en su viaje, sin descuidar a cambio sus veinte-y-tres reliquias. Su mujer aun no entendía nada de lo sucedido, creyó que su marido estaba obsesionado, por algo realmente imposible, pero para Lumium todo en esta vida era posible. Él sabía que iba a regresar, pues tenía en manos poderes que nadie más poseía. Cuando la noche desapareció, Lumium decidió ceder paso a su destino y seguir su objetivo que tantos siglos rondó en su cabeza, sin dejarlo poder descansar apenas. Pensaba que si nunca lo dejaba en paz aquel pensamiento voraz, era porque realmente le pertenecía. Cruzó mares y ríos, bosques llenos de criaturas extrañas que nunca pensó que podrían existir, luchó contra almas perdidas, quitando la vida a todo aquel quien se interpusiera en su camino. Faltaba poco, muy poco. Pero no era lo suficiente como para decir que ya había acabado su viaje. Lumium dejó caer su equipaje en el suelo y, mientras ponía a pulsación su ritmo respiratorio, miró a su alrededor la belleza magnificente que envolvía aquel prado. Grandes extensiones de verde, el aire corría libremente, composiciones de flores místicas y secretas que guardaban pequeños recuerdos. Sabía donde estaba, en ‘El Prado de la Luna’. Lo llamaban así porque en las noches oscuras de primavera, la luna se convertía en la protagonista de aquellas vistas. Dentro de su equipaje llevaba todo lo que necesitaba, pero no se confío mucho e hizo un recuento de todas las cosas que debería seguir teniendo. Empezó a contar… y sí, efectivamente estaban todas aquellas reliquias que le hacían ser poderoso. Cada vez que soñaba en tener todos y cada uno de los veinte-y-cuatro anacronismos, un escalofriante calor recorría su cuerpo haciéndole sumergir en un deseo de cómo sería poder controlar tal poder. El sol se estaba poniendo y cada vez el ambiente era más frío, no había más salida que continuar. Lumium cogió sus cosas y emprendió de nuevo su camino.
Dos gotas de sudor resbalaban poco a poco en su pálido rostro. Sus ojos se cerraban con lentitud, buscaban cobijo, solo querían descansar. Se detuvo. Intento alzar la cabeza para orientarse desde el punto donde se encontraba. Observó una multitud de piedras colocadas uniformemente y cuando se dio cuenta pudo ver al fin una pequeña entrada que daba a cabo una cueva entre aquellas figuras rocosas. No se lo pensó más y entró para encontrar refugio de aquella fría y oscura noche. Al entrar, una brisa fresca acarició su cara, y al final de ese pequeño y misterioso mundo, pudo ver una extraña luz que llamó su atención. Alumbrado por esa estrella, se dirigió hacia ella. Su cansancio lo perseguía y lo hacía esclavo de la batalla. Cuando alcanzó el resplandor que tan asombrado le tenía, supo que había llegado a su destino: El Monte del Sauno. Pero lo que más le impresionó no fue el haber llegado al Monte, sino el objeto que se encontraba perdido en aquella pequeña cueva. Cuando se acercó vio que no era una luz. Era una piedra que tenía cierta similitud con las que él ya poseía. Intentó cogerla pero no pudo. Algo la mantenía sujeta. Notaba un calor desconocido a sus espaldas que hizo que se girara. Todas sus reliquias desprendían una luz igual de intensa que la que se encontraba delante de él. No hubo mayor secreto. Las colocó todas en forma circular, uniéndolas. Al poco tiempo de reacción, una llama cegadora rompió a destellos formando lo que ahora llamamos reloj. Él no lo sabía pero ese tesoro que se había formado delante de sus ojos era lo que tantas veces interrumpió su sueño. Las 24 horas del día, las 24 reliquias que él poseía, el mayor de los poderes que el ser humano jamás podrá llegar a controlar, a no ser que con fuerza y valentía busquen el Monte del Sauno: como una vez Lumium, poseedor de 23 reliquias, encontró.