MI AMIGO JULIÁN
Era una cálida tarde de primavera. Lo recuerdo bien, nunca podría olvidar un día como ese. Caminaba por el parque con las manos en la espalda y a paso lento. Observaba sutilmente la nueva vestimenta que los árboles lucían. En el bolsillo delantero del pantalón, había encajado a duras penas un libro, siempre el mismo. Se sentaba en el banco que ya se proclamaba suyo y lo devoraba página tras página admirando la fina prosa que aquella reliquia, edición de coleccionista, le mostraba. Yo le miraba sin prestar mucha atención, centrado principalmente en las historias que mi nuevo móvil quería contarme...
Pero aquella tarde el destino tenía preparado algo distinto para nosotros. Al levantarse una brisa, una de sus amarillentas páginas voló por los aires aterrizando sobre mis zapatos. Bajo la mirada de aquel anciano -autoritaria a la vez que tranquilizadora- fui a devolverle la hoja que se había despegado de aquel tan interesante libro del que no se separó ni una vez desde que tengo memoria.
-Muchas gracias, chico -dijo con su suave voz
Sonreí. Me disponía a volver a mi sombrío banco cuando el anciano, con un hilo de voz, me detuvo.
-Espera, espera joven. Antes de volverte otra vez...¿No preferirías quedarte charlando un rato conmigo?
Por educación asentí y me senté a su lado. Rápidamente establecimos una conversación: se interesó por mi vida, mis aficiones e incluso me preguntó acerca de mi familia y amigos. No me resultó incómodo hablar con él -y eso es raro, siempre he sido un chico de pocas palabras- los pausados silencios se rompían con la escandalosa risa de mi nuevo amigo. Julián y yo comenzamos aquel día a compartir un vínculo muy interesante. Tarde tras tarde, a la salida del instituto, nos encontrábamos en el mismo banco y a la hora citada: intercambiábamos puntos de vista, tomábamos un helado y volando se nos pasaban las horas.
Cada palabra que salia de mi boca hacía que el rostro de Julián se iluminara sutilmente. Al acabar mi monologo explicándole todo aquello que me preocupaba, mi amigo dijo:
-Ven conmigo Pedro, quiero enseñarte algo.
Se dirigió a la parada de autobuses situada en Muntaner tocando la Plaza Bonanova, yo le seguía sin decir nada esperando ansioso descubrir la ocurrencia que el anciano había tenido. Después de una larga espera vino nuestro 58.
-¿Donde vamos, Julián?
-No digas nada, disfruta del trayecto- me decía sonriente
Finalmente bajamos en la ultima parada, Plaza Cataluña, y comenzamos a bajar las Ramblas. Giramos hacia la derecha, luego continuamos hacia abajo y otro giro más...Hasta llegar a la puerta de un establecimiento "El casal dels Infants". Llamamos al timbre un par de veces y el portal se abrió dejándonos ver a un señor de unos 50 años de edad que rápidamente nos tendió la mano.
-¡Hombre, Don Julian! Que alegria usted por aqui otra vez. Veo que esta vez viene acompañado. Pasar, pasar, ya verá que ilusion les hará a los chicos verle.
Llegamos a lo que parecia ser la sala principal. Al avistarnos, los niños se abalanzaron sobre Julian, todos querian abrazarle fuerte y asi hicieron. Yo me quede al margen, observando las muestras afectivas que los chicos y chicas tenian hacia él.
Despues de estar charlando y bromeando con ellos un rato se hizo la hora de irnos. Cogimos el mismo autobus, esta vez de vuelta. Mientras admiraba las luces de la bella Barcelona, Julian rompió el silencio...
-Has visto todos esos chavales? Hay de todas las edades, incluso de la tuya. Ellos no tienen el dinero suficiente para costearse un movil o un aparatito musical de esos que utilizais para evadiros. Su ropa no es de marca, seguramente tampoco iran a la moda y raramente haran cinco comidas al dia.
Pero nose si te has fijado que ellos poseen algo que muchos de vosotros no teneis.
-¿El que, Julián?
-Una sonrisa
No intercambiamos mas palabras durante el viaje. Al llegar a la parada nos bajamos y nos encaminamos cada uno hacia nuestros respectivos hogares.
-Hasta mañana Pedro, que descanses.
Despedí con la mano a mi amigo y rápidamente me encaminé escaleras arriba hacia mi casa. Una vez ahí me puse el pijama y, abatido, me quedé rápidamente dormido.
***
-Un día duro el de hoy. La profesora de biologia nos ha puesto un examen la semana que viene y aun no he abierto el libro. No creo ni que me lo mire, total, esta asignatura ya esta perdida...
-Me gusta que digas esto, Pedrito. Quiero que me acompañes a un lugar. Ven, ven, iremos dando un paseo.
Salimos del parque por la puerta trasera y nos encaminamos hacia Castañer. Una vez al pie de la bajada entramos en el supermercado.
Julián se deslizaba veloz entre los pasillos: cogía cosas de el tercer estante, daba una vuelta y llenaba más el carro. De pronto, nos encontramos a alguien muy especial. Salimos a la calle cargados con las bolsas, cuando nos paramos en un parque a descansar cinco minutos...
-Pedro, ¿has visto a aquel chaval que iba en silla de ruedas?
-Si, me he fijado. -le respondí
-Se llama Miguel. Hará ya unos veinte años cuando sucedió aquel trágico accidente...El sueño de Miguel siempre había sido poseer la Yamaha Aerox de color rojo. Trabajó duro durante años en la panaderia de sus padres, cada peseta que ganaba la ahorraba en una pequeña hucha que estos le regalaron. Pasaba diariamente por el escaparate donde estaba expuesta la moto que tanto deseaba y eso es lo que hizo que nunca abandonara su meta de conseguirla. Por fin la tenía entre sus manos. Una imprudencia a los mandos, una distracción, o tal vez una casualidad del destino hizo que perdiera el control. Aumentó y aumentó la velocidad de su vehículo hasta que este dijo basta. Desde ese momento, su vida dio un giro de 360 grados. Miguel cayó. A causa de un milagro no murió pero no pudo librarse de una dura lesión medular de la que aun no ha podido recuperarse. A quedado atrapado en una silla de ruedas. Todos sus sueños se han desvanecido y han cambiado por completo: antes deseaba sentir el aire y la velocidad azotandole la cara, ahora lo único que ansía es poder levantarse y dar tres pasos. Pero nunca lo verás llorar, enfadado o maldiciendo su mala suerte. Ha tenido que adaptarse a su situación. Tuvo que pasar unos años aprendiendo a vivir su nueva vida, se reincorporó más adelante a sus estudios pero aun asi no se dejó vencer por las dificultades.
Me quedé sin palabras.
-Pobre - dije, al fin, después de un rato callado.
-No sientas lástima por él, Pedro. Este chico por fin ha abierto los ojos y se ha dado cuenta del importante valor que supone el esfuerzo y las facetas ocultas que tiene la vida. ¿Continuamos con nuestro camino? No vamos muy bien de tiempo...
Llegamos a la entrada de un pequeño piso, situado en un callejón perdido de la zona. Julián sacó un enorme manojo de llaves y metió una de ellas en la cerradura. La puerta cedió y puesto que no había ascensor, nos encaminamos escaleras arriba.
-¿Se puede? - gritó alegre Julián
-¡Adelante! - respondío una aguda voz.
Avisté entonces una anciana que, a pesar de su poca movilidad, se levantó con torpeza a darnos la bienvenida.
-¿Como ha amanecido hoy, Carmen? - preguntó interesado mi amigo. Esta vez se dirigía a mi - ¡Pasa sin miedo, Pedro! Dejemos las bolsas en la cocina.
-¿Y este mozo? Veo que ya te has encargado de escoger a un buen ayudante. ¿Como te llamas, joven?
-Mi nombre es Pedro, encantado. - dije feliz mientras besaba a la anciana. Julián nos observaba mientras guardaba cada cosa en su lugar.
-¡Que nombre tan bonito! ¡Y que guapo eres!
Eché a reir. La vitalidad y el buen humor que la anciana desprendía eran incomparables. Compartimos unas pastas caseras, buenísimas, mientras Carmen nos desvelaba miles de recetas fáciles de elaborar.
El reloj de la plaza sonaba furioso, avisándonos sin cesar de que ya era la hora de marchar a casa.
-¿Como es que le hemos traído la compra? - pregunté
-Claudio, el sacerdote de la parroquia, me pidió si podía hacerlo. Carmen no tiene familia, es viuda, y su hijo desapareció tras enterarse que tenía que encargarse de ella. No está muy bien de salud tampoco, y le es imposible salir a la calle, puesto que para ella subir tantas escaleras supone un esfuerzo paranormal. Por tanto voy yo. No me cuesta nada sacar un poco de tiempo para ella, además nos hacemos compañía. ¡Ya has visto que esta señora es un terremoto! -rió, aunque después seriamente dijo- Hay gran cantidad de personas mayores en esta situación. ¿Se puede saber que os enseñan en el colegio? Si yo fuera maestro os obligaría a compartir momentos con gente así, que necesitan ayuda. No hay nada mejor que aprender de alguien sabio, que ha vivido muchas cosas, creeme.
El camino de vuelta se mi hizo rápido y ameno. Al llegar decidí que sería una buena opción comenzar a mirar el temario de biología del que me examinaba la semana siguiente.
***
-¡Julián, Julián! ¡He sacado un notable en el examen! No me he puesto nada nervioso y lo he sabido responder todo. ¡Tenías razón!
Pero mi amigo no estaba. Me senté en nuestro banco a esperarle. Tal vez no se había dado cuenta de la hora o hacían un programa interesante en la televisión. "Julián y su dichosa manía de ver hasta los créditos los documentales de Televisión Española..." Pensé. Las gotas del cambiante mes de abril resvalaban por mi cara, dejando una sensación en ella de frío insoportable. Pasada media hora, decidí irme a casa.
Al día siguiente sucedió exactamente lo mismo. Al entrar en el parque y no observar ningún ocupante en el banco a la vera del roble me estremecí. Corrí Muntaner arriba y cruce Paseo Bonanova, hasta llegar a la Plaza Sarrià, hogar de Julián. Llamé al timbre varias veces y nadie contestó. Decidí, entonces preguntar al portero.
-Disculpe, ¿Sabría decirme donde está Julián? Hace días que no le veo y empiezo a preocuparme. Es aquel señor mayor, 73 años de edad, con gafas, pelo blanco, altura considerable...
-Lo siento chico, el señor Ribas falleció anoche.
Huí corriendo. Las palabras de aquel hombre me cayeron como piedras. No podía imaginar que Julián, mi gran amigo, se fuera sin despedirse de mi. Había ocurrido todo demasiado deprisa. Era incluso imposible de creer. "Debe de haberse equivocado de persona..." Me dije a mi mismo "no puede tratarse de Julián". Continué mi camino y regresé al parque, pero él no estaba. Debía ser valiente y enfrentarme a la realidad, como mi amigo me enseñó. Mi gran pilar se había marchado. Se me llenaron los ojos de lágrimas, me quedé sin respiración. No podía apartar de mi cabeza la imagen de Julián mostrándome alguna de sus valiosas lecciones. Nunca podría olvidarlo.
***
Apenas pude pegar ojo esa noche. Me resultó muy difícil. Al día siguiente me desperté temprano, compré unas flores y me dirigí al tanatorio San Gervasio, donde iba a descansar para toda la eternidad. Una vez allí me llevé una sorpresa. ¡No cabía un alma! Los mayores del Raval, Miguel, Carmen...todos estaban presentes. Además de ellos -como no podía ser de otra manera- cantidad de personas con las que, al parecer, Julián había compartido momentos. En cada una de las miradas tristes de los presentes pude ver parte de mi amigo. Enseñanzas, historias que el anciano repartió y que doy por seguro que seguirán vivas en todos ellos. Supe en ese momento que debía continuar su camino. Antes de conocer a Julián, tan solo era un chico que buscaba la manera de ser feliz. Él me enseño como lograrlo. Constancia, ímpetu, entrega, fuerza...todos estos valores me los impuso mi amigo. Siempre los llevaré conmigo, igual que lo llevaré a él. Julián cambió mi vida por completo y, en ese instante, al ver a tanta gente melancólica por su persona, descubrí que la clave de la alegría es darlo todo por los demás, porque no hay nada que haga sentir mejor que el hecho de que una persona, gracias a tu ayuda, sea feliz.